miércoles, 31 de julio de 2013

El monstruo



Un furgón oxidado, hundido en el barro y situado a las afueras de Tirana, es el nuevo Caballo de Troya, o así es el Caballo de Troya actual para el escritor albanés Ismaíl Kadaré, en su novela El monstruo. Los emboscados en el interior del caballo, una suerte de personajes desdibujados que se alimentan de un odio furibundo, comandados por un extraño y metaliterario Ulises K. (¿K. de Kafka, de Josef K. o del propio Kadaré), todos ellos, sueñan con pasar a cuchillo y a fuego la ciudad que contemplan desde su refugio: ven anuncios y cafeterías en lontananza, y se consumen en la espera y uno no puede dejar de preguntarse qué verían por alguna tronera o grieta en la madera, aquellos otros, los del artero Ulises, que ponían sitio a Troya.

El rapto de Helena, tan decisivo, perpetrado por Paris, es ahora llevado a cabo en un taxi después de una fiesta que anuncia un matrimonio concertado, en una casa de Tirana: ya no existe ese mar reverberante por donde se conducen las naves. Y así, elemento tras elemento, reescritos para la actualidad: el algo rijoso Paris es Gent Ruvina,  Helena, en realidad, se llama Lena; Menelao es Max, Laocoonte es un campista dominguero ebrio que, en lugar de una lanza, arroja una botella de cerveza contra el caballo, ahora furgón… Kadaré reinterpreta así todo el mito, en donde el propio Caballo de Troya tiene una función que va más allá de la meramente bélica: el Caballo representa el poder político, el Estado Totalitario, la Albania de Hoxha. El Caballo siembra el terror en los hombres, su figura se les aparece en sueños, vigila, inalterable, desde su lodazal en los arrabales de la ciudad, todos y cada uno de los movimientos de los ciudadanos.

Pero Ismaíl Kadaré, no satisfecho con dotar de esta nueva simbología al mito, pergeña una nueva reinterpretación en el interior de la novela, reinterpretación que atribuye al propio Gent Rubina-Paris, obsesionado con el ingenio y estudioso del mismo para su doctorado en filosofía. De esta forma, tras sus minuciosos estudios, en todo momento llevados junto a su Helena, concluye, tras un complejo proceso deductivo-detectivesco que, el Caballo, de haber existido, no sería más que un instrumento de diversión, un engaño producto de la guerra sucia y de la manipulación estatal, una suerte de propaganda del régimen que hace ver lo que no existe para que los troyanos no se percaten de la amenaza que existe… un espectro caballar, tal y como lo califica, capaz de generar el pánico colectivo, una Gran Estratagema definida con palabras grandilocuentes como las políticas seguidas por los regímenes comunistas del momento. Kadaré asocia al caballo un estado de terror, una tergiversación de la realidad por medio de la propaganda, un pavor que cala y persiste en los cerebros de los sojuzgados ciudadanos: define Albania en el Caballo de Troya, y desmenuza el Caballo de Troya en Albania. El Caballo será sinónimo de la mentira política, de la traición, de la manipulación de la historia puesto que, concluye Gent Rubina, al no existir, los vencedores del sitio de Troya se preocuparon minuciosamente de que la falacia permaneciera como una leyenda en el tiempo, manipulando y alterando todo documento histórico, testimonio veraz o cantos de aedo.

La doble realidad Troya-Tirana, Caballo-Hoxha o régimen de Hoxha, en seguida adquiere una tercera realidad en las historias desarrolladas en la novela, las vidas de Gent Ruvina y Helena, las de los moradores del furgón-Caballo, que persisten en sus maquinaciones moviéndose entre las dos aguas de la metaliteratura. Es un juego de espejos (incluso en un momento dado aparecen letras escritas al revés) que nos devuelve una imagen ingeniosa en donde la Grecia de la Guerra de Troya se asemeja a la Unión Soviética, en sus características de grandes potencias colonizadoras.

El juego de dobles engañará a la censura del momento, al menos por un instante, porque tras su publicación en la revista literaria Noviembre, en 1965, el texto será prohibido en Albania hasta 1991, es decir, por un cuarto de siglo. Es evidente que los epítetos que Kadaré dedica en sus páginas al Caballo son ataques al totalitarismo, al régimen en cuyo seno vive y, lo que es peor para su seguridad, escribe. Y escribe, refiriéndose al pavor del Caballo, el tiempo del Holohipo, como un tiempo de malignidad, y lo califica: “ese Caballo no ha salido de ningún mito, de ningún agujero de los tiempos. Ha sido engendrado por nuestra propia época, únicamente la forma ha sido tomada de aquel remoto pasado”…

Inspirado por el combate entre aqueos y troyanos que Kadaré había escuchado tantas veces de boca de su tío, la revisión del mito, a la que no es ajeno en otras muchas obras en donde rearma modernos personajes de Ifigenia o Agamenón, profundiza hacia el pasado en la búsqueda de la germinación del mal que parece llevar, como elemento primigenio, una ocultación de la verdad por parte del poder. Así, el Caballo se convierte en lo que denomina la Gran Estratagema, el origen de todo mal político totalitario: escudarse en la mentira y en la imposición de una realidad alterada a los ciudadanos. Desde esta idea de la Gran Estratagema, Kadaré construirá su denuncia del régimen de Hoxha, proyectada la idea en El monstruo, su tercera novela, y derramada como el gran acierto, “la época del gran descubrimiento”, clasifica el propio Kadaré a esta fase literaria, una idea derramada en otros muchos textos: así, la Gran Estratagema tiene forma de Pirámide de Keops, de Palacio burocrático-administrativo, de palacete de caza… todos ellos elementos que operan como distracción para ocultar la realidad: un Estado criminal. Muchas son las relaciones que se pueden establecer entre Kafka y Kadaré, pero tal vez sea esta idea de la Gran Estratagema la que más los acerque. Porque lo que en el albanés son construcciones monolíticas, obras faraónicas, firmanes impopulares, decretos inhumanos, nichos donde se exhiben cabezas cortadas, en el checo son pasadizos y castillos, procesos absurdos, incluso metamorfosis alienantes que no llevan, por objeto, nada más que denunciar esa Gran Estratagema asesina de quienes detentan el poder y que beben de las fuentes directas del mal y necesitan enormes maniobras de distracción para disimular los ríos de sangre. Ambos, Kafka y Kadaré, nos advierten: estamos empleando demasiado tiempo en contemplar la Gran Estratagema y no somos capaces de mover los ojos en otra dirección y darnos cuenta de la verdad que se nos escamotea. El tiempo del Caballo de Madera se define por uno de los personajes de la novela como “el tiempo de la traición”, esa traición que los gobernantes cometerán, implacablemente, amparados en su Gran Estratagema, y que es sinónimo de las múltiples formas de opresión. Como dice Kadaré “todo dictador utiliza el secreto para encubrir su propia mediocridad (…) El miedo de todo poder consiste en que caigan las máscaras mediante las cuales intenta ocultar su propia situación real”.

Serán estas formas de opresión las desgranadas por Kadaré en su narrativa, concentradas en El monstruo y que luego se expandirán por el resto de sus libros. Ante el pavor generado por la visión del Caballo, Gent Ruvina concluye: es como la Esfinge ante la pirámide de Kefrén (…) Tú dices ¡qué angustia!, pero debes saber que sembrar la angustia ha sido uno de los primeros cuidados de todo régimen (…) Esfinges, signos místicos, caballos de madera… Son todos productos de la misma fábrica”. El que la mezcla de tiempos y espacios haga que los sucesos de la novela sucedan todos en un maremagno temporal, en el cual se diluyen, una innovación técnica sin precedentes en la literatura albanesa, tiene mucho de intento de mostrarnos que la opresión y el régimen de la sangre es consustancial al ser humano, de cualquier época, desde el momento mismo en que bebió de esas fuentes del mal y comenzó a emponzoñarlo todo con la mentira y la manipulación para obtener, así, el beneficio de unos pocos: mentiras y manipulaciones, crímenes, realizados en nombre de las más elevadas causas e ideales. Sólo así, se creyeron con fuerzas para construir pirámides, cambiar la historia a base de falacias y para ocultarse, traidoramente, en el vientre de un Caballo para degollar a los indefensos.

Una obra maestra fascinante, extraña, que aúna la reescritura onírica del mito, de ambiente desasosegante, con la firmeza de la prosa, el rigor y la convicción, junto a la denuncia; una obra maestra por plantear alternativas originales a un tema ya tan gastado.

lunes, 29 de julio de 2013

El monstruo (Ficha bibliográfica)



Título original: Përbindëshi.

Primera edición en Albania: Tirana: 1965. Nëntori magazine, vol. 12.

Ediciones en España:
 
1-Anaya & Mario Muchnik; Madrid: 1995. 170 páginas. Traducción del albanés de Ramón Sánchez Lizarralde. Colección Analectas. Incluye faja con la leyenda: Una alegoría de amor y violencia.

Días de juerga



Días de juerga es una novela corta, una nouvelle escrita en 1963, y que en España aparece en el volumen Cuestión de locura, junto a otras tres novelas breves de Kadaré. El texto de Días de juerga pertenecía a un primer borrador de la obra La ciudad sin anuncios –aún sin publicarse en español-, pirueta arriesgada de su autor, hasta el punto de que algunos amigos le recomendaron prudencia a la hora de publicarlo. Al final, Kadaré desgajó un texto breve, titulado Días de café en su idioma original, que hacía gala de un humor dadaísta y arriesgado, disolvente con el realismo socialista y que, en tono de chanza y choteo, critica la concepción estética del régimen. Tamaño ataque no podía pasar desapercibido para la censura, y el texto sería prohibido por decadente y extraño a la realidad socialista.

Lo que hace de Días de juerga un texto demoledor, es su capacidad para poner en entredicho los valores que sustentan el régimen gracias a un humor surrealista. Amparado en él, Kadaré dinamita las bases del Estado arremetiendo contra las instituciones y la autoridad. Los protagonistas, dos jóvenes descerebrados que se embarcan en la búsqueda de un manuscrito de un legendario autor albanés, búsqueda motivada por la abulia y por el aburrimiento y sin creer en ello, dejando pasar las tardes entre cigarrillos y cafés y copas de coñac, son una carga de profundidad contra la Albania del momento, que aparece retratada como un país donde la abulia, la desidia y la alienación conforman el día a día de sus habitantes.

En esta temprana narración ya aparecen algunas de las características de lo que definirá la obra de Kadaré en algunos de sus aspectos: el tiempo climatológico como determinante del tedio y del hastío, como reflejo deslucido del paraíso socialista, así como ciertas reflexiones literarias o metaliterarias, y un trazo seco y directo a la hora de caracterizar a los personajes, con unos golpes de humor desazonadores e inquietantes. La conciencia de los personajes que piensan que se asemejan a protagonistas de novelas modernas, de esos que siempre fuman en brazos del hastío, los acerca a una realidad ajena al régimen y a los preceptos del socialismo realista en las cuestiones literarias. El texto de Kadaré se vuelve, así, una reflexión ácida, destructiva, de un dadaísmo punk peligroso.

No se puede negar que la obra novelesca de Kadaré está teñida de ciertos pasajes y momentos oscuros y truculentos, duros, terrosos y agrietados, muchas veces empapada de sangre. Por ello, todavía sorprenden más estos Días de café, anclados en un sólido humor descarnado que se asemeja al rictus de una calavera. Kadaré ataca a las instituciones, a los comportamientos, a la tradición, a la historia, a todo aquello en lo que se sustenta el régimen, simplemente con el retrato del comportamiento de sus protagonistas, los jóvenes que se aburren y fuman, y se aburren y beben, y se aburren y se tumban en la cama a dejar pasar el tiempo, y se aburren y se creen como personajes modernos de esas novelas ajenas al realismo socialista que pintará héroes estajanovistas y protagonistas entregados al Partido.

Un texto breve, pero de enorme carga y crítica, que se cimenta en un humor extraño que consigue, primero sorprendernos, después, hacernos soltar la carcajada, lo que, tratándose de Kadaré, no deja de ser algo notable.

sábado, 20 de julio de 2013

Días de juerga (Ficha bibliográfica)



Título original: Ditë kafenesh.
Primera edición en Albania: Tirana: 1963.
Ediciones en España (en el mismo volumen, titulado Cuestión de locura, se incluyen otras tres novelas cortas: Cuestión de locura, El desprecio y La estirpe de los Hankoni).
1-Alianza Editorial; Madrid: 2008. 320 páginas. Traducción del albanés de Ramón Sánchez Lizarralde. Colección Alianza Literaria, nº 216.

jueves, 18 de julio de 2013

El general del ejercito muerto



Acabo de leer otra vez El general del ejército muerto, del escritor albanés Ismaíl Kadaré, y la relectura ha sido enormemente satisfactoria. En esta su primera novela –de 1963- ya se pueden encontrar todos y cada uno de los elementos que el autor mezclará, de forma magnífica, en el resto de sus obras. Es un compendio de, al menos, tres elementos definitorios de su novelística: el tiempo atmosférico kadariano, el cronotopo kadariano y los personajes alucinados.

En primer lugar, sorprende lo excepcional de la ambientalidad en la que se enmarcan los sucesos: el clima que nos presenta Kadaré es el clima de una Albania fría, lluviosa, desapacible, nubosa, un tiempo borrascoso. Muchas veces, después, a lo largo de diferentes declaraciones y reflexiones sobre su obra, preguntado acerca de este motivo de presentar un clima helado y hostil en un país de climatología mediterránea, el autor ha manifestado que eso corresponde a una toma de posición: el clima de sus novelas es un tiempo de resistencia, por así llamarlo, que viene a demostrar que en Albania las cosas son desapacibles, plomizas y desagradables, que la gente vive sumida en ese ambiente a través de una climatología que presenta a modo de denuncia. En el resto de sus novelas, Albania aparecerá muchas más veces gélida y ventosa, nevada y turbulenta, asimilándose en este caso una peculiar falacia antropomórfica en donde no es el estado interior del personaje el que se refleja en la naturaleza, sino el ánimo completo de un país, su totalidad: Albania reflejada en su climatología.

El cronotopo kadariano que se desarrolla en El general del ejército muerto y que, desde el texto, se despliega al resto de sus novelas, aúna un espacio plagado de referencias míticas y mitológicas junto a un tiempo lento y confuso y que muchas veces permuta en onírico. Es habitual que los espacios de montañas y llanuras albanesas se carguen de un contenido heroico, de fábula excavada y extraída de la conciencia más profunda de lo popular, y que los personajes kadareanos se inserten en este mundo a caballo entre realidad y semipercepción, como si asistieran a una alucinación. Es costoso, a veces, para el General, distinguir los sucesos, y duda entre si percibe realidades o sueños; de igual manera le sucede al cura, asaltado por pesadillas, circunstancias que sumergen a estos personajes (será una característica posterior de los demás protagonistas de Kadaré) en un comportamiento de automatismo, desfilando por una realidad que no lo parece, con movimientos alucinados y no del todo conscientes, incluso sorprendidos ante el paso del tiempo.

Las leyendas de la tierra, las tradiciones albanesas, las leyes del antiguo código, del derecho, las tradiciones folclóricas, todas ellas sirven para que al ser contempladas por los dos enviados italianos, el General y el cura, al aparecer tamizadas y matizadas ante la peculiar y particular visión del otro, provoquen reflexiones sobre el belicismo irreparable, la brutalidad, el carácter violento de las gentes de Albania, y el posible destino del pueblo. La novela alberga, además, otra de las tradicionales críticas de Kadaré al sistema totalitario de Hoxha: en ningún momento, en una novela escrita en el periodo de mayor dureza del estalinismo albanés, se hace mención al Partido Comunista y, ni mucho menos, el texto es un canto al realismo socialista ni dogmas por el estilo.

Es el primer texto de Kadaré todo un brillante compendio de lo que vendrá después, pero no a modo de ensayo general. Engarzada con maestría, en ese tono narrativo áspero, crujiente y rugoso del albanés, la novela ya es una de las mejores de su autor. Sin embargo, y a diferencia de las primeras publicaciones de Hesse o Grass, que a duras penas ya pudieron superar después (si es que lo consiguieron en algún caso), en Kadaré la primera novela, dentro de su excepcionalidad, es tan sólo la puerta a una obra que iguala el texto del debut cuando no, en muchas ocasiones, lo supera. Y eso es lo que de verdad impresiona de este escritor, que sepa mantener y elevar en sus futuros textos lo realizado aquí, en una novela tan redonda y bien construida como es esta su ópera prima.